Comentario
En la evolución del capitel corintio, el arte bizantino llegó a la supresión de las hojas de acanto o de las volutas, con la invención del capitel de cesto o el tronco piramidal, de los que resultaría en una época muy avanzada el capitel-imposta. Aunque estos modelos no se copien en el arte visigodo, la libertad en el tratamiento de las partes clásicas del capitel y la alteración de la fisonomía vegetal se adoptan en combinaciones originales, que afectan también a las proporciones generales.
Una de las estilizaciones frecuentes en los capiteles visigodos es la transformación del acanto en hojas lisas, como se hacía ya en época romana y se produce en épocas posteriores como simplificación formal sin complicaciones ornamentales. También en época romana tardía se emplea el capitel corintio simplificado a sólo cuatro grandes hojas de acanto en las que descansan las volutas; esto produce una superficie lisa intermedia en el cesto del capitel que puede recibir otros temas decorativos. La forma es común en el arte bizantino, pero los ejemplares vísigodos tienen un carácter distinto y personal.
Una adaptación del tipo anterior al gusto visigodo es el capitel corintio sin caulículos; su estructura se compone de ocho hojas de acanto en la fila inferior y cuatro en la superior, que se alargan para formar las volutas, con lo que se suprimen los tallos y caulículos habituales, sustituidos por un tallo que soporta la flor del ábaco con decoraciones complementarias, o por cualquier otro motivo escogido con total libertad. Hay precedentes romanos de esta simplificación del capitel corintio, pero su tratamiento por los visigodos es perfectamente original y con variantes tan dispares, que no pueden atribuirse a la imitación del mismo prototipo.
El grupo de mejor calidad entre los capiteles visigodos está formado por los que dentro de la evolución del capitel corintio clásico conservan todos los elementos esenciales con otro tratamiento estilístico. Lo más frecuente es una adaptación de fantasía de las hojas, caulículos y volutas, hasta asimilarlos con otras formas naturales. Es normal la tendencia a igualar el tamaño de las volutas angulares con las de los centros de cada cara, mediante la disposición de un tallo sogueado o de una estilización geométrica; al mismo tiempo, el ábaco se hace más delgado y con salientes tan acusados en los ángulos como en los centros de las caras, de modo que el aspecto general es cada vez más cilíndrico. Las hojas de acanto se desprenden de la mayor parte de sus semejanzas con modelos naturales y se asocian a la apariencia de otros vegetales o de composiciones geométricas; con frecuencia se marca un tallo central en la hoja, con un canalillo perforado, y se divide la hoja en un abanico de lengüetas, que pueden enlazar con las de las hojas inmediatas; otro sistema es el de formar un tallo sinuoso para empalmar los vástagos de las hojas. La tendencia de estas estilizaciones del acanto clásico lleva a formar una superficie cada vez más lisa y regular en cada fila de hojas, lo que enlaza también con los modelos bizantinos en los que las hojas se pegan a la pared del cesto y crean una sucesión de pequeños cuadrados y triángulos entre los ápices de las hojas contiguas.
Quizás la evolución de estos modelos en los que se diferencian mucho los dos niveles de hojas de acanto y la zona superior con las volutas y el ábaco, sea el que produzca los capiteles con ábaco sogueado que se dan en el noroeste de la Península y que revelan una factura local y una tendencia geometrizante que podríamos definir como puramente visigoda; hay piezas de este tipo en Valladolid, Zamora, León y reutilizadas en las iglesias asturianas del siglo IX; se caracterizan por el empleo de un tallo sogueado que forma ondulaciones en el ábaco y que bordea tanto las flores laterales como las volutas, situado todo en el mismo plano y llegando a perder la relación entre las dos caras de cada voluta. La introducción del tallo sogueado como tratamiento de cualquier banda lisa, parece una preferencia del relieve visigodo en el área leonesa y gallega, que pasa de ejecuciones tan cuidadas como las bandas de San Fructuoso de Montelios hasta los toscos capiteles que soportan el arco toral de Santa Comba de Bande.